lunes, 29 de febrero de 2016

Una historia diferente...


Este retrato de John Singer Sargent me cautivó, en parte inspirándome para este escrito, ver realmente cómo vivían y cuán distintas son las cosas ahora... o no...

Tengo una historia que no quiero escribir, y sin embargo no me abandona. La de una mujer que quiere ser la esposa de un rico. Ese es su objetivo en la vida. ¿Porqué trabajar? Es guapa, y lista, puede cazar un marido y disfrutar de la vida como se lleva haciendo desde hace siglos. Cree que la liberación de la mujer es una trampa y el feminismo, la pataleta de unas cuantas. Pero de alguna manera, se despierta un día en el siglo XIX, confundida con alguien de la alta sociedad del periodo británico de la regencia. Una vuelta al pasado de las novelas de Jane Austen. Isabel, que así se llama la protagonista de la historia, sufrirá una profunda transformación, porque a medida que vaya viendo que consigue todo lo que pensaba que quería, irá aprendiendo qué es lo realmente importante en la vida. ¿El dinero? ¿El estatus? ¿El reconocimiento ajeno? ¿La reputación?  ¿La popularidad? ¿Codearse con la alta sociedad? Eso creía. Hasta que lo tuvo. ¿Y qué es lo que no quería? Fácil: dejarse arrastrar por la pasión, enamorarse, ponerse realmente en manos de otra persona, perder el control.


De momento la llamo Espejito, espejito mágico, y aquí dejo unas líneas...

domingo, 28 de febrero de 2016

Novela en proceso: El arca de Noah

Novela en la que estoy trabajando...

El arca de Noah

Se trata de una novela de acción e historia, mezclada con la ciencia ficción más futurista. En un futuro cercano, tras una tercera guerra mundial y las consecuencias de un agresivo cambio climático, uno de los magnates más ricos de la Tierra, Noah Virecoche, hace gala de su nombre, creando un Arca de Noé espacial que pueda ayudar a salvar a la raza humana de su inminente extinción.
Aquí os dejo el inicio,

PRÓLOGO
1550, Bolivia
  • Es, sin duda alguna, el lugar más antiguo que he visitado jamás – murmuró reverencialmente Pedro Cieza de León.
El historiador español jadeaba por la suma de la altitud y la emoción ante las ruinas que se erigían frente a él. Sacó un pañuelo del bolsillo y se limpió el sudor de frente y cuello con un gesto nervioso, y por un momento, rascándose su poblada barba, no supo por dónde empezar a trabajar para observar, catalogar y analizar las casi cincuenta hectáreas de lo que habría sido la civilización andina más antigua de la que tuviese noticias.
Sus investigaciones de otras culturas iberoamericanas como cronista en los últimos años le habían señalado aquel lugar como fuente de todas ellas... y allí estaba. Pedro Cieza de León había llegado a las ruinas de una ciudad que, haciendo caso a las leyendas de los indígenas, tenía más de quince mil años.
Quiso empezar enseguida a trabajar, dirigiéndose sin dudar más a aquella pirámide de siete alturas que coronaba las ruinas, pero el aliento le fallaba. Se obligó a sentarse sobre un muro cercano a descansar unos minutos, recordando lo que los indígenas llamaban soroche, o mal de altura. Se encontraban a casi cuatro mil metros de altitud y el efecto sobre todo aquel que no estuviera acostumbrado eran jaquecas, náuseas, incluso la muerte. Los indígenas le miraban sonriendo abiertamente, como riéndose de que Pedro no comprendiese que estar tan cerca del cielo obligaba a llevar el sosegado ritmo andino.
El español aprovechó para sacar su diario, donde iba anotando sus experiencias, donde eventualmente dibujaba plantas o animales extraños y donde escribía las historias y mitos que se contaban en los pueblos que había visitado.
Releyó las últimas páginas recordando aquel viaje que iniciase sin llegar a dilucidar cuán fascinante sería.
Había visto un lago de agua levemente salada que parecía el mismísimo océano de tan grande que era. Lo llamaban el lago Titicaca, que según le tradujeron sus guías indígenas en aquella expedición, significaba pumas de piedra o tierra del sol, no sabía cuál era correcto, quizá los dos.
En el lago, flotando entre un rumor marino que sorprendió a Pedro, decenas de islas que se movían, hechas de totora, juncos enmarañados en donde se asentaban indios uros. Éstos se dedicaban con paciencia a la pesca, mirando al infinito hasta que se fijaban en Pedro y sus ojos momentáneamente expresaban desconfianza, extrañeza o curiosidad, según su edad.
Como todos los pueblos de la región, ellos también contaban la leyenda de tener sus orígenes en una ciudad ahora en ruinas pero que había albergado la mayor civilización que se recordase. Decían que era la cuna de la humanidad. Dos mitos habían llamado poderosamente la atención del historiador. En uno de los cuentos, su mayor dios junto con un pájaro dorado que era el Sol, había creado la humanidad. Mientras que en el otro cuento, una mujer llamada Orejona por sus enormes y puntiagudas orejas, había bajado de las estrellas para fornicar con un tapir y tener con el cerdo la descendencia que pasaría a ser el ser humano. Por supuesto, Pedro no pudo evitar sonreírse ante estas líneas escritas, consciente de la ignorancia de los indios. Había pensado en contarles la verdad, explicarles qué era la Sagrada Biblia y cómo Dios había creado al primer hombre a partir del barro y a la primera mujer a partir de una costilla del hombre. Pero desestimó esta opción, ya se ocuparían los sacerdotes españoles de llevar por el buen camino a aquellos ilusos.
Cerró de nuevo el diario y comprobó satisfecho que ya no se encontraba fatigado. Podía empezar a inspeccionar el lugar que los indígenas llamaban Tiahuanaco.


Aquella noche, protegido por una espesa manta de dibujos geométricos y al amparo de un crepitante fuego que teñía de fugaces luces las ruinas de la ciudad, Pedro Cieza de León llenaba decenas de páginas con dibujos de aquel lugar, de la Puerta del Sol, un bloque monolítico de unas trece toneladas de peso y casi tres metros de altura. Esta puerta en mitad de la nada, estaba profusamente decorada con una deidad en el centro que sostenía un cetro en su mano derecha y un rayo en su mano izquierda. Este dios tenía solo cuatro dedos, al igual que innumerables relieves y estatuas diseminadas por toda Tiahuanaco, igual que se decía de Oriana u Orejona. De aquella puerta del dios pagano, parecían salir unas líneas que la dividían creando veinticuatro y cuarenta y ocho figuras separadas que, por un loco momento, recordaron a Pedro la católica Adoración del Cordero con su apocalíptica descripción, como había visto en el tímpano de la catedral de Amiens en un viaje hacía años. Las cuarenta y ocho figuras superiores se le antojaban los doce apóstoles, los doce profetas menores y los veinticuatro ancianos portadores de citaras que describía San Juan en la Biblia.
También destinó mucha tinta el historiador para describir los restos de un edificio rectangular con un gran patio central que los indígenas llamaron Kalasasaya, cuya traducción eran los “pilares derechos”. Dentro de aquella edificación, una colección de curiosas estatuas representaban a muchos hombres como barbudos de ojos redondos. Pedro tenía barba y la mirada más bien esférica, pero todos los indígenas que había visto en todos estos años eran lampiños y de ojos almendrados.
El cronista pidió a uno de los porteadores que se pusiese al lado de aquellas estatuas, para comparar mejor. Sospechó que consiguió comunicarse con él más por sus gestos que por los intentos del indígena con la lengua castellana.
  • A la izquierda... Sí, sí, aquí quieto, frente a este relieve... No, no muevas la cara, quieto, ¿comprendes? – había que explicarles todo paso a paso.
Cuando consiguió que el indio le sirviese de comparativa, se quedó mirando, muy pensativo, las marcadas diferencias entre las rocosas caras y el indígena.

Eran dos razas distintas sin lugar a duda...era la raza de Pedro, no del indio. 

Estirpe, el nacimiento de Eva


13 de junio de 1975
Empieza el verano, de vuelta a la casa donde reina el frío
Eva atravesó las puertas de salida del aeropuerto de Barajas empujando un carrito lleno de maletas. Bebió agua de su botella mientras miraba por entre la multitud. Enseguida divisó a Teo, que hizo un ligero ademán con la cabeza a modo de saludo y empezó a acercarse a ella. Ni siquiera se preguntó por qué su madre no había ido a recogerla; nunca lo había hecho. Teo se ocupaba de su transporte y de su seguridad. Aunque siempre era muy parco en sus bienvenidas, había algo en él que reconfortaba a Eva, quizá porque era un hombre enorme que, aunque siempre serio, no conseguía quitarse un aura de bonachón. La contradicción entre su cuerpo de gigante y su cara gentil siempre hacía sonreír a la muchacha.

Bienvenida

Bienvenido lector,
Probablemente has dado con este blog por casualidad, fruto del aburrimiento de un domingo. Pero ya me caes genial, porque significa que te gusta leer. Como a mí. Porque soy lectora antes que escritora. Y abro este blog, al que te doy la bienvenida de todo corazón, para compartir historias publicadas o no, esperando que te hagan evadirte a mundos nuevos durante los minutos que dure la lectura. Casi siempre serán capítulos de novelas que intento contener sin éxito en mi cabeza, que corretean por mis terminaciones nerviosas hasta que mis dedos, sin querer, teclean en un ordenador y mi ratón hace click sobre el botón de publicar. Casi siempre serán historias sobre otros mundos, ajenos a nuestro día a día, ajenos a la realidad. Si eres escapista, si quieres vivir más vidas que la que tienes, te gustará. Si esperas fantasear y perderte en alguna posible ensoñación, aunque solo dure unos minutos, continuarás leyendo. Si, en cambio, buscas un premio Planeta, me temo que no es el estilo. Mi objetivo, pues, es liberarme de mis escritos, y a ti, liberarte de ese domingo un tanto aburrido que te ha traído hasta aquí. Ahora tú decides, si abrir la siguiente entrada, o pasar al siguiente blog.